martes, 24 de febrero de 2009

nueva ·


no sabía como empezar este fragmento, mi mente estaba en blanco, y las pocas imágenes eran borrosas. estuve a punto de dejarlo para otro momento hasta que sonó. se trataba de una llamada que venía del pasado; una voz que en su momento había llegado a adquirirla como propia pero que ahora me costaba reconocer. al darme cuenta que se trataba de él, una sensación de tortura tan extraña comenzó a subir por mis piernas terminando dentro de mi espina dorsal, dándome un escalofrío que quebró mi voz en pedazos. no sé si consciente o inconscientemente, pero quise sumergirme en un estado de serenidad; intenté sonar desinteresada y ocupada, pero me conocía tanto que mis nervios tomaron el protagonismo de la escena. el error había sido mío, la noche anterior. una suma de días carburando y pensando en situaciones donde nos veíamos en el mismo foco, escribiendo textos donde la única fuente de inspiración era su ser, e intentando hacérselo saber por todos los medios. una semana cubierta de altibajos que terminó en un mensaje de texto desde un celular que carecía de crédito, aunque misteriosamente la línea quiso que se entregase. al oír su voz repleta de nada y llena de vacío, mis emociones se dieron vuelta en cuestión de segundos. ya no me sentía una victima en la escena del crimen, sino una culpable. una gran culpable. se despertaron en mi razones que había intentado encubrir tiempo atrás, y que me mentían a mi misma. pude ver en mi persona todos los defectos que me son tan fáciles de reconocer en otros, menos en mi. me miré al espejo y me di cuenta que estaba asqueada de mi misma. lo quise cambiar. el encuentro se dio a la hora de siempre, en el lugar de siempre, y con el mismo corte de pelo. allí había sido nuestra primera cita, donde ahora arreglábamos la última, casi con la misma vergüenza e inhibición de la primera. no dejé que me tocara, no quería abrazos ni afecto. sabia positivamente que si llegaba a permitir que eso ocurriera, me iba a derrumbar. necesitaba tener el control, necesitaba recuperar el control. hablamos y nos tildamos de maduros, de personas grandes que superan las malas experiencias en un abrir y cerrar de ojos. pero internamente estaba sacudida entre múltiples emociones. control. no llegué a desintegrarme ni a entrar en ese estado catastrófico de otras ocasiones, pero naturalmente comenzaba a notarse el brillo deprimente de mis ojos. llegado el momento, me negaba a tocar aquel tema de conversación, me negaba a volver a pasar por lo que en su momento supe sentir, algo sorprendentemente inexplicable. no quería no quería, pero la prisa y la ansiedad ya habían entrado en aquel tópico. la presión en el pecho, el crujir de los huesos, las mismas lágrimas de siempre. aún me quedo sin aire al pensarlo. son viajes de ida y vuelta, kilómetros que caen como los segundos dentro de un minuto, pensar en otra cosa, control, control, control. ya harta de sumergirme en tanto dolor y de ver a mi alrededor simplemente nada, entré en un estado de paz. mas allá de que mi cerebro no era capaz de procesar y de que mi voluntad estaba completamente anulada, me comprometí a sentirme impermeable. mas allá de que eso implicara ir haciendo, ir andando, sin alegrías luminosas ni ilusiones de cristal, prefería aquello antes que las mil agujas que se me clavaban en la espalda con un simple pensamiento. mi corazón comenzó a desacelerarse de a poco, pero no me deje caer ni me abandoné. con ese encuentro, algo había quedado claro: el destrozo causado era irreparable, y ya no había vuelta atrás. sin embargo, hoy siento que volví a nacer. es como si te sacudieran y te desincrustaran todo el polvo que se ha ido depositando sobre ti en el último tiempo. Nueva.

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